
Este 23 de septiembre se cumplen cien años del nacimiento de Fray Francisco Valdés Subercaseaux, primer capuchino chileno y primer obispo de la Diócesis de Osorno.
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Fue declarado Siervo de Dios en 1998 y en agosto de éste año el Cardenal Francisco Javier Errázuriz aceptó la solicitud de abrir la segunda etapa para el proceso de canonización, después de haberse comprobado científicamente su primer milagro y estando ya el segundo en investigación. Su causa está en Roma y probablemente se convierta, en breve tiempo, en el tercer santo chileno.
Además de su obra como párroco en Pucón, misionero de la Araucanía y Obispo de Osorno, Mons. Valdés realizó una profunda labor en el campo de la música sagrada. Proveniente de una familia de artistas, y siendo él un hombre de evidentes cualidades como pintor, dibujante y músico, amante de la Iglesia y de su inmenso y profundo patrimonio musical y artístico, no escatimó esfuerzos en cultivar, enseñar y fomentar la verdadera música sagrada.
Corrían los convulsionados años sesenta. Lamentablemente, la Iglesia no se vio libre de la convulsión mundial y también, a juicio del Papa Pablo VI, "el humo de Satanás entró a la Iglesia". Monseñor Valdés participó en las cuatro etapas del Concilio Vaticano II. Sus más cercanos colaboradores y familiares atestiguan haberlo visto llorar en medio de tanta agitación y confusión. Su espíritu contemplativo, su amor por la paz y la belleza, reflejo de la Suma Belleza, se estremecía al ver cómo se despojaba a la Iglesia, entre otras cosas, de uno de sus tesoros, bienes, ofrendas y apostolados más grandes: la música sagrada y litúrgica, siendo reemplazada por música popular, a menudo irrespetuosa y siempre inepta para la Santa Misa y otras celebraciones sagradas.
Su preocupación fue en crecida, hasta que en 1968, siendo presidente de la Comisión Episcopal de Liturgia, escribió el libro "Concilio y Música Sagrada", compendio de las enseñanzas de la Iglesia en materia de música litúrgica y guía para el correcto desempeño y desarrollo de este ministerio. Lamentablemente, el prurito de la novedad pudo más y se hizo caso omiso de sus enseñanzas (que no eran otras que las de la Iglesia). El libro nunca más se volvió a editar y ningún otro obispo ha vuelto a emprender algún trabajo similar. Tampoco se ha conocido ningún tipo de directriz o guía en esta materia por parte de la Conferencia Episcopal de Chile o de algún Obispo en particular.

Monseñor Valdés vivió consagrado y entregado a la voluntad de Dios sin restricciones. Amó a Dios, a la Iglesia y a sus hermanos más que a sí mismo, hasta el olvido más absoluto de sí. En su lecho de muerte dice: “Ofrezco mi vida por el Papa, por la Iglesia, por la diócesis de Osorno, por los pobres, por la paz entre Chile y Argentina y por el triunfo del amor.”
Quiera Dios que desde el cielo, Monseñor Valdés siga intercediendo por la Iglesia, especialmente, por nuestra Iglesia chilena.