La salvaguardia de la antigua escuela romana llevada a cabo por la Capilla Liberiana recibió por fortuna nueva savia e impulso con el “movimiento ceciliano”. Se le devolvió a la música sagrada importancia y dignidad; se multiplicaron los esfuerzos en la investigación paleográfica y se llegó a la promulgación por parte de Pío X del Motu proprio Inter pastoralis officci sollicitudines (1903), que le devolvió plena dignidad al canto sagrado, y se fundó el Pontificio Instituto de Música Sagrada (1911).
En este clima de renovado fervor musical se inserta el gran maestro de ese siglo: Licinio Refice. Director de la Capilla Liberiana desde 1911 hasta 1947 fue, junto con Lorenzo Perosi y Raffaele Casimiri, el verdadero artífice de la renovación de la música sagrada italiana. Profesor del Pontificio Instituto escribió oratorios, cantatas, poemas sinfónico-corales, las óperas Cecilia (1934) y Margherita da Cortona (1938), además de una abundante producción musical litúrgica, en gran parte inédita, sacada a la luz por Mons. Miserachs y conservada en los archivos de la Basílica.
Desde 1947 a 1977 prosiguió su obra Domenico Bartolucci, que luego sería llamado a dirigir la Capilla Sixtina, figura de gran autoridad y atento conocedor de la antigua escuela polifónica, que impregna profundamente su estilo compositivo. Autor también de oratorios y profesor del Pontificio Instituto de Música Sagrada, desde 1973 contó con la colaboración de mons. Miserachs, actual maestro titular. Valentí Miserachs Graus nace en Cataluña en 1943. Llega a Italia en 1963 para completar sus estudios teológicos y musicales. Ha sido organista de la Capilla Julia de San Pedro bajo la dirección de Armando Renzi desde 1975 a 1980. Profesor de composición durante cinco años en el conservatorio de Matera, es uno de los fundadores de la escuela de música “Tomás Luis de Victoria” de Roma, donde durante veinte años ha enseñado Composición, Órgano, Canto coral y Dirección polifónica y Ejercitación orquestal. Es notable su actividad concertística, tanto como organista que como director de conjuntos corales y orquestales. Además de su producción musical litúrgica destinada a la solemnización del culto en la Basílica —4 volúmenes de Motetes, Magnificat, Misas, Salmos responsoriales, Vísperas, etc.— destacan los oratorios Beata Virgo Maria, Stephanus, Isaia, Mil anys, el poema sinfónico-coral Nadal y la Suite Manresana para orquesta. Desde 1995 es el Presidente del Pontificio Instituto de Música Sagrada.
Bajo la dirección del Maestro Miserachs y de su colaborador el p. Aurelio Zorzi sm, la Capilla Liberiana es desde hace años un motivo de orgullo para la Basílica de Santa María la Mayor. Durante todos los domingos “per annum” el servicio de los cantores (unos veinticinco entre tenores y bajos) y del organista titular, el maestro Juan Paradell Solé, o de su sustituto el maestro Gabriele Terrone, solemniza la santa Misa capitular de las 10 de la mañana. La plantilla masculina se enriquece en las principales solemnidades con un coro femenino, preparado y dirigido por el maestro Antonio Alessandri, que suple la falta de voces blancas. Otra señal de la voluntad de devolverle su lustro y esplendor a este “monumento vivo” de la música sagrada ha sido la institución de un grupo estable de metales, dirigido por el maestro Luca Petrongari. Su intervención en las solemnidades mayores (Navidad, Pascua de Resurrección, Pentecostés, etc) corona el clima de maravillosa elevación espiritual que puede respirarse en las amplias naves del templo mariano por excelencia. Pero no cabe duda de que la liturgia alcanza su máximo esplendor en las celebraciones de la Inmaculada, de la Asunción y en la fiesta de la Consagración de la Basílica, el 5 de agosto. Es la tradicional fiesta romana de la Virgen de la Nieve que termina con la espectacular “nevada” de pétalos blancos en la nave central durante el canto del Gloria en la Misa y del Magnificat en la celebración de la Segundas Vísperas.
No es menor el encanto que conservan los servicios de Adviento y de Cuaresma que, respetando la tradición más antigua, se realizan rigurosamente “a capella”. Es asimismo sugestiva la participación de los cantores en las procesiones del Domingo de Ramos y del Corpus Christi y en las funciones de la Semana Santa.
Por desgracia en los últimos decenios una fanática y falsa referencia a los dictámenes del Concilio Vaticano II, a menudo ampliamente tergiversados, ha causado un progresivo cuanto deletéreo rechazo de la sana práctica coral en favor de “modernas” formas musicales con la ilusoria intención de hacer más actual y atractiva la liturgia. En este difícil panorama la Capilla Liberiana se presenta como el baluarte de la tradición romana más auténtica, que tanto ha dado al mundo de la música y cuyo patrimonio no puede ni debe olvidarse. Muestras de estima y aprecio por parte de los cardenales arciprestes de los últimos treinta años y de todo el Cabildo, además de los numerosos estimadores y amigos, animan al maestro, a los maestros colaboradores y a todos los cantores a perseverar en su misión de testigos del arte musical sagrado.
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